Las PC que leen y piensan como personas

¿Qué sería de todos sin las tareas que ejecutan los equipos personales? Seguramente, la mayoría de aquellos niños ni tan siquiera han pensado en un eventual apagón informático que los dejara sin enciclopedia virtual o sin jugar a los sims. Ni el oficinista se imagina regresando al ábaco.

Aquellas primeras computadoras no eran muy amigables. Las órdenes debían dárseles por escrito y la gestión de los comandos no era intuitiva. Apple lo resolvió con un sistema de ventanas e iconos sobre los que se clicaba. Mucho más fraternal. Pero para emplear el sistema Apple había que comprar una máquina Apple. Esta táctica de encerrar al cliente fue nociva para su negocio. Microsoft lo imitó con una diferencia. Como no era fabricante de máquinas, sólo de programas, no tuvo inconveniente en licenciar su Windows a cualquiera. Ahí empezó su reinado.
Poco a poco, los informáticos logran mejorar la cordialidad de las máquinas. Pero todavía falta un largo trecho.
Éste es el camino, la inteligencia de los ordenadores va progresivamente embebida, disimulada, en centenares de artefactos. Teléfonos móviles, agendas y pizarras electrónicas, vídeos con disco duro... Son también ordenadores. No pasarán muchos años para que hablemos con las máquinas y entiendan —quizá sólo en inglés y chino— nuestras órdenes. Michio Kaku hace un cáculo inquietante: en el año 2050 esas máquinas pueden tener conciencia de sí mismas. Y más allá, llegará el "equipo definitivo", el cuántico. 
En lugar de cables y circuitos usará ondas cuánticas y tendrá un tamaño de átomos. En un futuro lejano, la biónica quizá conseguirá cierta fusión entre mente y máquina, el cableado del cerebro. Quizá. Los abuelos que han visto cómo un chip de silicio de unos pocos milímetros, que hay que coger con pinzas, tiene hoy más capacidad de cálculo que el ENIAC, un mastododonte informático de los años cuarenta que ocupaba toda una habitación, empiezan a creérselo.

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